Ayer por la tarde cogimos las dos caracolas que la abuela nos había dejado en la terraza, y jugamos a atrapar el océano en nuestros oídos. Pero como no cabía, decidimos coger las aletas y mejor bajar a bucear por él.
Aquí, el mar casi siempre es suave y dulce, y las olas por la noche suenan como una nana de verano envuelta en sábanas de sol. Pero cuando se levanta viento de levante y el mar se enfada, su espuma blanca se remueve, haciendo bailar al fondo azul petróleo de pececillos de cristal.

