lunes, 3 de octubre de 2011

Sintiendo el papel


Las palabras impresas en papel son estilo jugando a ser tipografía. Sangran a un lado, pero en realidad no hacen daño. Al contrario: si las historias que okupan sus páginas son buenas, son la caricia más silenciosa que he conocido nunca.



Huelen. Las palabras impresas en papel huelen. Llevan pegada a su piel verjurada el aroma del bolso que los transporta, y la mano que pasa sus páginas: son piel con piel, que por unos minutos te descubre la belleza que Cristina de Middel encontró en Benidorm. -¡Quiero ir a Benidorm!



Y bailan. ¿Las palabras bailan? Sí, pero rollo formalito, con el pulso de una imprenta que no te deja hacer Ctrl+Alt ni Ctrl+Esc.




Y así, con su ritual y sin cuenta atrás, viajas a Berlín; te sientas al lado de Raquel Vicedo y Ernest Hemingway, y empiezas a reír y llorar al mismo tiempo, sintiendo la magia del papel atrapada en esa ciudad, donde otra persona también estuvo allí una tarde, "atrapada en una habitación de hotel mientras trabajaba sentada frente a su ordenador, delante de un gran ventanal de cristal por el que entraba el sol a raudales".



Me gusta el papel, porque puedo jugar con él, cerrar los ojos y abrirlos al tuntún, esperando que una fotografía venga y me secuestre. Y me suba a una palmera -que es casi como una parra-, y desde allí me cuente historias llenas de arrugas. Tantas, como las del rostro kilométrico de Santiago Ros Escaplez. Así: con nombre, apellidos y una ola al hombre que dijo: "Las palmeras hay que sentirlas para entenderlas". 



¿... Cómo al papel?

34 veces felicidades a Ana Alarcón, Jaume Ros, Carlos Valero, Gregorio Arroyo, Patricia Bordonada, David Rabasa, Cristina de Middel, Raquel Vicedo, Rosh y Pablo García Mora.

Y toda la suerte del mundo a la nueva revista 34

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